A veces tengo insomnio, y la noche del sábado ha sido de las peores. A las cuatro de la mañana, después de probar de todo, pongo el ordenador y me encuentro con una noticia que me desvela definitivamente: No hay ningún Dios. Lo dice El Mundo en un titular que ocupa toda la página. ¡Esto sí que es la noticia más importante de todos los tiempos! (debía de ser por eso por lo que no pegaba ojo).
Menos mal que el susto dura un milisegundo porque la frase va entrecomillada y debajo, más pequeño, veo el nombre de Stephen Hawking y su foto… A mediodía, cuando se me ocurrió hacer una captura de pantalla, el titular ya ponía su nombre por delante, aunque seguía ocupando las tres columnas de la web de El Mundo:
Hawking again! (naturally). Qué cansino es este hombre, piensa uno. Se ve que en el sintetizador sólo tiene grabadas unas pocas frases y por eso dice siempre lo mismo…
Pero, bien pensado, la culpa no es suya sino del periodista, o en última instancia, del público, que es el que paga. Lo interesante de la noticia no son las opiniones de Hawking sobre Dios (tan cualificadas como las que tenga sobre la independencia escocesa o la cría de la trucha), sino la importancia que le damos.
A Hawking le damos importancia no porque sea un físico destacado sino por otra cosa. Es el único científico que ha llegado a personaje de Los Simpson, y en ese Olimpo Pop no se entra por méritos científicos, sino por ser un icono mediático. Y Hawking es un icono perfecto: postrado en una silla de ruedas (como el Dr. Strangelove) y deformado por la enfermedad (admirable-ejemplo-de-superación) habla sobre el origen del universo (ciencia=trascendencia) con la voz metálica de un sintetizador (¡escalofriante!).
Hawking resuena a las mil maravillas con la concepción popular de la ciencia: los científicos son friquis y Hawking es lo más friqui que uno pueda imaginar. Cada una de sus apariciones es una performance, con su cuerpo inerte llevado en volandas o flotando ingrávido; cada una de sus entrevistas se anuncia como una exclusiva excepcional, aunque aparezcan con frecuencia… (hace un año salía otra el El País semanal).
En realidad, Hawking está siempre en los medios. Y esas es la clave, porque el sesgo de disponibilidad hace el resto: para el editorialista de El Mundo, “es probablemente el mejor científico de este siglo”, y por eso “sus afirmaciones despiertan y merecen especial interés”.
No es que Hawking sea “probablemente el mejor científico de este siglo”. Es que es, seguramente, el más famoso. Pero su fama se debe a factores extracientíficos: uno no se hace famoso por ser un gran científico. Ahí tienen ustedes, por ceñirnos a los físicos vivos, a Freeman Dyson, Steven Weinberg, Murray Gell-Mann, Gerardus ‘t Hooft, Leonard Susskind, Alan Guth o Ed Witten. ¿Quién los conoce?
O ya puestos, ahí tienen a Juan Maldacena, para muchos es el físico vivo más brillante, que ha llevado a una nueva frontera nuestra comprensión de los temas que exploró, precisamente, Stephen Hawking (demostrando, de paso, que estaba equivocado en un punto fundamental). Maldacena es argentino y, vaya por Dios, se ha declarado católico. Quizá por católico, por argentino (o porque a nosotros en realidad nos importa un rábano la ciencia), un perfecto desconocido en España.
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P.S.1: No digo que lo que crea Maldacena tenga que ser más válido que lo que crea Hawking. Sin saber cuánto ha leído y pensado sobre estos temas sus opiniones sobre religión podrían ser tan fundadas como sus opiniones sobre la cría de la trucha. Lo que habla bien del argentino es que, a diferencia del británico, no va por ahí pontificando sobre un tema que no es el suyo. Ya saben: los que saben no hablan, los que hablan no saben.
P.S.2: Por si hay gente susceptible leyendo esto: desgraciadamente, por motivos familiares, conozco de cerca la enfermedad de Hawking. Nada más lejos de mi intención que despreciar a los que la padecen.